sábado, 17 de septiembre de 2016

Compasión, unidad, y contemplación.



Compasión, unidad, y contemplación.

Como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.

                                                               Juan 10:15

“Hay tantos Padres en el cielo como Hijos en la tierra” dicen las enseñanzas herméticas, y también se dice que quien conoce al Hijo conoce al Padre, esta cuestión la debemos de entender como resultado de que el hijo, es decir nosotros, seamos capaces de amar como ama el Padre. Cuando el Hijo sabe amar igual que el Padre ama, entonces podemos decir:

Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

                                                                  Mateo 11:27



El Padre es el primer misterio y el último, el alfa y omega, el Padre mora en los cielos porque él es espíritu y su hijo viene a la tierra para adquirir experiencia del mundo de las formas, de la materia, el Hijo se envuelve en el ropaje de las formas y el Padre permanece en el vacío del espíritu. Cuando el Hijo adopta la sabiduría del amor, empieza a contemplar el mundo desde la visión del Padre que es el primero y el ultimo, trascendiendo la dualidad de la mente intermedia, y activando la mente interior con la conciencia, que nos permitirá trascender la dualidad de la forma y el vacío, de la materia y el espíritu, para llegar a la unidad que todo lo sustenta: La Unidad Múltiple Perfecta, siendo la multiplicidad perfecta porque en ella prima la unidad, la unidad es el alfa y omega, la unidad es el principio y el final, la unidad es el amor que tanto el Padre como el Hijo comparten.

La conciencia solo puede brillar, resplandecer, si su facultad de amar y compasión se aviva, entonces adoptará un estado de contemplación donde vera todo lo creado como emanaciones del Ser, dejará de percibir el mundo como bueno o malo, como placentero o sufrido, desde la conciencia y desde el amor reconocerá que todo el mundo de las imágenes o formas, son circunstanciales, que todo es perecedero, que nada subsiste al paso del tiempo, solo aquello que más allá del principio y el final, del alfa y omega, el Padre que es el espíritu vivificante; entonces el Hijo si es capaz de reconocer la obra del creador y contemplarla desde el cielo ósea desde la perspectiva del espíritu atemporal, entonces brillara como el mismo Sol. 



En realidad, en nuestro proceso de realización no podemos avanzar, en tanto no seamos capaces de ver la vida como el Padre, quien nos dice: “Amaras a Dios sobre todas las cosas”. Y Su Hijo nos dijo: “Amaros los unos a los otros como yo os he amado”. Por ello el amor nos permite ver el mundo desde la contemplación, desde el ámbito de lo divino, de lo trascendental, de lo atemporal; el Amor contempla sin condenar ni justificar, así nos dice el Maestro Samael que debemos juzgar al ego, esto es desde el ámbito del Ser, pues el Ser es eterno, atemporal, mientras el yo es el recuerdo, el ayer, el yo pertenece al tiempo. Así que, desde la conciencia superlativa del Ser, veremos al yo y todas sus fantásticas recreaciones, como nubes blancas, grises o negras, pero que nuca podrán manchar el cielo.

Nuestra mente interior es como el cielo puro y diáfano, que luce con el resplandor de la conciencia cuando las nubes oscuras de la mente sensual el intermedia lo opacan. El Hijo, es decir nosotros debemos de reconocer el principio y el final, el primer misterio y el ultimo misterio que nos cita el Pistis Sophia, pues todo en esta creación tiene su principio y final, nada perdura, todo se disuelve en su sustancia primigenia, que es el espíritu. Si nosotros reconocemos que más allá de nuestra transitoriedad, persiste la luz del Ser, si tenemos experiencia o Fe en ello, si reconocemos que este mundo y la relación que con el mantenemos es pasajera, veremos toda la multiplicidad de este mundo, como quien viaja en un tren, que ve pasar ante sus ojos paisajes, escenas, circunstancias, siempre cambiantes y efímeras; esta es la contemplación que nuestra conciencia experimenta activándose en la mente interior, que es la mente uní-total, que es la mente universal, que es donde la conciencia brilla con el resplandor de la conciencia cósmica, donde la unidad perfecciona la multiplicidad. 

 Tanto el Hijo como el Padre contemplan la creación desde la luz perpetua, solo de ese modo comprenderemos el misterio de la vida, todo nace, todo muere, todo es transitorio, menos la luz del Ser Absoluto, que como dice el Maestro Samael es luz sin sombra, porque la luz de la conciencia es auto-luminosa, no depende de nada ni de nadie y posee la sabiduría innata, aquella que siempre existió, pues nuca fue creada, porque es innata, es decir no nacida o no creada, es una sabiduría o luz realmente eterna, este es el reconocimiento que debe de hacer el Hijo ante el Padre; desde ese reconocimiento, se produce la contemplación no dual, una contemplación donde el yo y el tu o la dualidad desaparecen, entonces Padre e Hijo se reconocen como Uno. La contemplación no dual se sostiene en la mente interior, mientras la compasión y el amor permiten que la conciencia auto-luminosa este activa, y pueda contemplar tanto el mundo exterior, como interior con la perspectiva de la eternidad. Desde la contemplación atemporal no dual el Padre y el Hijo son Uno, en un aquí y ahora perpetuo; así el Padre contempla el mundo de las formas y la multiplicidad de ellas mediante su Hijo, y el Hijo reconoce que más allá de las formas perecederas, se encuentra el Padre, el logos o verbo creador, que crea y nuevamente vuelve a crear, y unidos Padre e Hijo, el Ser Absoluto devela todos los misterios. 

No se puede amar ni contemplar la eternidad, si seguimos identificados con la mente sensual e intermedia. Tenemos que trascender la levadura de los saduceos y fariseos, para que el Hijo resplandezca en la mente interior, subido sobre su asno y entrando en la Jerusalén celestial. En la mente interior no hay identificación ni fascinación por las formas terrenales, no se identifica la conciencia con los pensamientos, ni emociones, ni deseos, la conciencia se contempla a si mismo desde lo atemporal. Si nuestra conciencia queda atrapada en la botella del tiempo, quedara atrapado en el ayer, en el yo con sus recuerdos, sus deseos, sus rencores, sus envidias, sus recurrencias, etc. todo ello pertenece al tiempo efímero, que solo al yo le interesa perpetuar, aunque sea inviable e imposible que los sueños del yo se eternicen. 



La verdad se encuentra más allá del cuerpo, de los afectos y de la mente (sensual e intermedia), entonces viene la contemplación, el aquí y ahora, el encuentro entre el Hijo y el Padre; así el aquí y ahora se escapa al tiempo, si no es así no podemos generar el estado de conciencia adecuado. El aquí y ahora es un estado atemporal, no sujeto al pasado ni al futuro. El Hijo debe aprender a vivir en el momento, comprendiendo que la verdad es lo desconocido de momento en momento, ese es el estado contemplativo apropiado.

El Amor asume la perspectiva contemplativa, pues el amor unifica, unificando al Padre que está en los cielos y al Hijo que viene a la tierra. El Padre desde el espíritu abstracto y vacío contempla la creación, y el Hijo desde la tierra involucrado en las formas de la creación, debe despertar a la realidad trascendente, reconociendo de donde viene su naturaleza primordial, es decir debe reconocer al Padre; una vez reunificados Padre e Hijo, el Ser Absoluto brinda su Luz sin sombras, ¡luz que no deja ningún rincón sin alumbrar, que maravilloso!

Atentamente:

Rafael Pavía.

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