El Cristo es vacío, es decir no tiene ego, es puro, sin mancha, sin ayer, no está sometido al tiempo. Es el Cristo compasivo hasta la infinitud, si alguna vez el Cristo muestra su justicia y severidad es para guiarnos en la sabiduría, que ha de llevarnos a su seno de infinita misericordia.
<El Cristo intimo surge interiormente en el trabajo relacionado con la disolución del Yo Psicológico.
Obviamente El Cristo interior solo adviene en el momento cumbre de nuestros esfuerzos intencionales y padecimientos voluntarios.
El advenimiento del fuego Crístico es el evento más importante de nuestra propia vida.
El Cristo intimo se hace entonces cargo de todos nuestros procesos mentales, emocionales, motores, instintivos y sexuales.
Incuestionablemente El Cristo intimo es nuestro salvador interior profundo.
Él siendo perfecto al meterse en nosotros parecería como imperfecto; siendo casto parecería cómo si no lo fuese, siendo justo parecería cómo si no lo fuese.
Esto es semejante a los distintos reflejos de la luz. Si usa anteojos azules todo nos parecerá azul y si los usamos de color rojo veremos todas las cosas de este color.
Él aunque sea blanco, visto desde afuera cada cual le verá a través del cristal psicológico con que se le mira; por eso es que las gentes viéndole, no le ven.
Al hacerse cargo de todos nuestros procesos psicológicos, el Señor de perfección sufre lo indecible.
Convertido en hombre entre los hombres, ha de pasar por muchas pruebas y soportar tentaciones indecibles.
La tentación es fuego, el triunfo sobre la tentación es Luz.
El iniciado debe aprender a vivir peligrosamente; así́ está escrito; esto lo saben los Alquimistas>.
El iniciado debe recorrer con firmeza la Senda del Filo de la navaja; a uno y otro lado del difícil camino existen abismos espantosos.
En la difícil senda de la disolución del Ego existen complejos caminos que tienen su raíz precisamente en el camino real.
La Gran Rebelión, el trabajo cristico. Samael Aun Weor.
El Cristo es la luz que baja a las tinieblas para iluminarnos y sufre, no porque se siente ego o es ego, sino por compasión, sufre por nuestra ignorancia, sufre porque no somos capaces de reconocerle, de descubrirlo. Mientras nuestro ego nos limita, nos condiciona, nos sujeta al ayer o a lo temporal, mientras el ego nos somete a una parcela particular que consideramos propia, el Cristo nos abre a todo el espacio, al inmenso universo cósmico. El Cristo es el presente, es la presencia siempre presente en lo eterno.
La mente Cristo es diáfana, pura, sin mancha, siempre espontanea, abierta al presente, ilimitada, sin restricciones, sin posesiones, sin méritos, sin personalismos; por tanto, la mente Cristo es vacía, pues reconoce que todo lo creado y construido es temporal, por tanto, el mismo tiempo lo destruirá. El Cristo es impermanente, porque nada permanece en Él, salvo Él mismo, por tanto, es la permanencia presente e inmutable, eterna.
La mente Cristo lo abarca todo desde el principio hasta el final, pues Cristo es Alfa y Omega; siendo Cristo la vida, surge de Él todo el universo y nosotros con Él; pero lamentablemente nos inventamos una historia personal, un ego al que aferrarnos y con ello generamos nuestro karma, solo con la idea de ser alguien, de sentirse diferente a los demás, de ser partícipes de algo y poseer algo con lo que nos identifiquen los demás. Buscamos que nuestra historia personal y nuestro ego sea una propiedad donde identificarnos y situarnos. Pero el Cristo es vacío, no tiene ego, no tiene propiedades, ni historias personales, ni ayer, Cristo es vacío.
Cuando Cristo se presenta nos pide que lo abandonemos todo, absolutamente todo, pues Él es vacío. Abandonarlo todo significa todo, es decir no solo lo material: casa, coches, familia, trabajo, etc. el abandono es desapego, renuncia, no identificación con las cosas materiales de la vida ordinaria. Pero cuando se pide abandonar todo es todo, es decir también nuestro mismo “yo” o ego, es decir lo que pensamos, lo que sentimos, nuestras propias emociones mundanas, nuestros hábitos, costumbres, etc. abandonar lo material es un inicio en el camino de Cristo, resultando mucho más duro y complicado abandonar nuestro “yo”, pues eso significa abandonar nuestra historia personal, abandonar nuestro ayer; renunciar a lo que pensamos, a lo que sentimos, etc., incluso tenemos que abandonar la idea que tenemos de Cristo, pues Cristo no puede ser una idea o un pensamiento o una creencia. Cristo trasciende todos nuestros pensamientos, creencias, emociones, sentimientos, pues Él está siempre vacío aun en medio de las tinieblas. Cristo no huye de las tinieblas ni del caos, pero si lamenta que no lo reconozcamos, que no sepamos ponernos de su parte, que no seamos capaces de renunciar y abandonar nuestro ego ordinario, para Ser y estar en Él.
Cuando Cristo se presenta nos pide que lo abandonemos todo, absolutamente todo, pues Él es vacío. Abandonarlo todo significa todo, es decir no solo lo material: casa, coches, familia, trabajo, etc. el abandono es desapego, renuncia, no identificación con las cosas materiales de la vida ordinaria. Pero cuando se pide abandonar todo es todo, es decir también nuestro mismo “yo” o ego, es decir lo que pensamos, lo que sentimos, nuestras propias emociones mundanas, nuestros hábitos, costumbres, etc. abandonar lo material es un inicio en el camino de Cristo, resultando mucho más duro y complicado abandonar nuestro “yo”, pues eso significa abandonar nuestra historia personal, abandonar nuestro ayer; renunciar a lo que pensamos, a lo que sentimos, etc., incluso tenemos que abandonar la idea que tenemos de Cristo, pues Cristo no puede ser una idea o un pensamiento o una creencia. Cristo trasciende todos nuestros pensamientos, creencias, emociones, sentimientos, pues Él está siempre vacío aun en medio de las tinieblas. Cristo no huye de las tinieblas ni del caos, pero si lamenta que no lo reconozcamos, que no sepamos ponernos de su parte, que no seamos capaces de renunciar y abandonar nuestro ego ordinario, para Ser y estar en Él.
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