Encontrar nuestra profunda realidad, requiere de un ejercicio constante de auto-conciencia. Cuando nos planteamos observarnos a sí mismos, tendemos a dividirnos entre observador y observado, siendo lo habitual que prestemos prácticamente toda la atención a lo observado, quedando en el olvido el observador, es por ello que el M. Samael nos dice lo siguiente:
“Aun cuando parezca increíble, cuando el estudiante se observa a sí mismo no se recuerda a sí mismo.
Los aspirantes, fuera de toda duda, realmente no se sienten a sí mismos, no son conscientes de sí mismos.
Parece algo inverosímil que cuando el aspirante gnóstico auto‐observa su forma de reír, hablar, caminar, etc., se olvida de sí mismo, esto es increíble, pero cierto.
Sin embargo, es indispensable tratar de recordarse a sí mismo, mientras se auto‐observa, esto es fundamental para lograr el despertar de la conciencia.
Auto‐observarse, auto‐conocerse, sin olvidarse de sí mismo, es terriblemente difícil, pero espantosamente urgente para lograr el despertar de la Conciencia”.
Cuando nuestra mente se encuentra relajada y tranquila, podemos dirigir nuestra atención hacia el observador, profundizando en el recuerdo de sí. Al realizar este ejercicio de atender al observador, nos damos cuenta de que en realidad no hay nadie o nada allí observando, de modo que nos vamos percatando que el observador es semejante a un vacío, donde nadie hay, ni nada hay; esta práctica debe de mantenerse en constancia contemplativa, para adentrarnos profundamente en ese espacio vacío del observador, porque será en esa condición del vacío donde nos iremos encontrando con la naturaleza y esencia lumínica del Ser. Observaremos que allí donde está el observador mora el silencio y la quietud, siendo el silencio la elocuencia de la sabiduría, iremos descubriendo al Ser en su espacio incondicional, donde no está sujeto ni al cuerpo, ni a los afectos, ni a la mente ordinaria; de ese modo generamos el “recuerdo de sí mismos”.
Habrá quien no se atreverá a indagar en su recuerdo de sí, atendiendo al observador, pues prefiere seguir sintiendo su ego, prefiere seguir identificado con lo que observa tanto física como psíquicamente, creyendo que eso que percibe en su psiquis “es él mismo”; es decir, sigue identificado con sus pensamientos, sentimientos y actos. Pero como bien dice el M. Samael la verdad se encuentra: más allá del cuerpo, los afectos y la mente. Existen diferentes técnicas y métodos para adentrarse e indagar sobre el observador, estas técnicas siempre han existido tanto en la escuela del cuarto camino, como en la masonería operativa y los auténticos rosacruces; también indagan sobre el observador en el gnma-yoga y el advaita, como en el budismo ati-yoga, como en el dzogchen, etc. en definitiva todas las religiones o filosofías que apuntan a la gnosis de sí mismos, apelan al “recuerdo de sí mismo” como punto de partida para despertar la conciencia.
El ego no es capaz de observarse a sí mismo, ni de recordarse a sí mismo, el ego prefiere seguir atendiendo e identificado con su cuerpo, sus afectos y su mente, ahí si se siente vivo, aunque tenga que vivir con sus miedos, sus tragedias y comedias. Recordemos: “Auto‐observarse, auto‐conocerse, sin olvidarse de sí mismo, es terriblemente difícil, pero espantosamente urgente para lograr el despertar de la Conciencia”. Con la calma y la serenidad de la mente podemos indagar sobre el observador y sus cualidades. Cuando realmente nos recordamos a sí mismos y quien es entonces el verdadero observador, entonces vamos descubriendo que el observador es silencio, es vacío, es diáfano, transparente, cristalino, es puro porque esta in-condicionado, etc. entonces en la medida que sigamos ahondando en el observador y veamos que no tiene ego, que no hay yo, ni hay objetos ni propiedades, entonces descubriremos con claridad la condición del Ser. De ese modo nuestra conciencia no solo despertará también se iluminará en la propia naturaleza del Ser.
Atentamente:
Rafael Pavía. 26/07/2017.
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