sábado, 29 de julio de 2017

El observador vacío y silencioso

El observador vacío y silencioso.

Encontrar nuestra profunda realidad, requiere de un ejercicio constante de auto-conciencia. Cuando nos planteamos observarnos a sí mismos, tendemos a dividirnos entre observador y observado, siendo lo habitual que prestemos prácticamente toda la atención a lo observado, quedando en el olvido el observador, es por ello que el M. Samael nos dice lo siguiente:

“Aun cuando parezca increíble, cuando el estudiante se observa a sí mismo no se recuerda a sí mismo.

Los aspirantes, fuera de toda duda, realmente no se sienten a sí mismos, no son conscientes de sí mismos.

Parece algo inverosímil que cuando el aspirante gnóstico auto‐observa su forma de reír, hablar, caminar, etc., se olvida de sí mismo, esto es increíble, pero cierto.

Sin embargo, es indispensable tratar de recordarse a sí mismo, mientras se auto‐observa, esto es fundamental para lograr el despertar de la conciencia.

Auto‐observarse, auto‐conocerse, sin olvidarse de sí mismo, es terriblemente difícil, pero espantosamente urgente para lograr el despertar de la Conciencia”
.


Es obvio que ponemos muy poca atención al “recuerdo de sí”, es decir ponemos muy poca atención al observador. ¿quién observa dentro de nosotros? Mientras sigamos sin descubrir al observador, seguiremos sin despertar nuestra conciencia “es indispensable tratar de recordarse a sí mismo, mientras se auto‐observa, esto es fundamental para lograr el despertar de la conciencia”. Si sugerimos que es nuestra conciencia la que debe de hacer las funciones del observador, debemos tener en cuenta que la conciencia deberá de estar iluminada por el Ser, por nuestro Intimo, por nuestro Dios interior. Es decir que el recuerdo de si nos debe emplazar hasta el Ser, hasta nuestro Cristo o Dios Intimo, pues si no es así con que luz la conciencia o atención alumbraría nuestro sentido de auto-observación.

Cuando nuestra mente se encuentra relajada y tranquila, podemos dirigir nuestra atención hacia el observador, profundizando en el recuerdo de sí. Al realizar este ejercicio de atender al observador, nos damos cuenta de que en realidad no hay nadie o nada allí observando, de modo que nos vamos percatando que el observador es semejante a un vacío, donde nadie hay, ni nada hay; esta práctica debe de mantenerse en constancia contemplativa, para adentrarnos profundamente en ese espacio vacío del observador, porque será en esa condición del vacío donde nos iremos encontrando con la naturaleza y esencia lumínica del Ser. Observaremos que allí donde está el observador mora el silencio y la quietud, siendo el silencio la elocuencia de la sabiduría, iremos descubriendo al Ser en su espacio incondicional, donde no está sujeto ni al cuerpo, ni a los afectos, ni a la mente ordinaria; de ese modo generamos el “recuerdo de sí mismos”.


Cuando nos iniciamos en el sentido de la auto-observación tendremos en cuenta primero lo observado o percibido tanto el mundo externo, como lo percibido en nuestra actividad psíquica, y en segundo lugar situamos la atención en el observador, pero al intentar percibir al observador, sucede que no encontramos al observador; lo que puede contrariarnos, pues no sentir a nadie en ese lugar o estado nos puede confundir, pues creemos o suponemos que allí debe de existir un ente, un alguien, con el cual nos podemos identificar, pero la realidad es que allí no hay nadie. Entonces debemos recordar lo que nos dice el M. Samael sobre que el Ser nada tiene que ver con el “yo”, ni con un yo inferior ni con un yo superior. De modo que tendremos que ir indagando sobre el observador y su estado vacío y silencioso, donde parece que nada hay, ni nadie esta.

Habrá quien no se atreverá a indagar en su recuerdo de sí, atendiendo al observador, pues prefiere seguir sintiendo su ego, prefiere seguir identificado con lo que observa tanto física como psíquicamente, creyendo que eso que percibe en su psiquis “es él mismo”; es decir, sigue identificado con sus pensamientos, sentimientos y actos. Pero como bien dice el M. Samael la verdad se encuentra: más allá del cuerpo, los afectos y la mente. Existen diferentes técnicas y métodos para adentrarse e indagar sobre el observador, estas técnicas siempre han existido tanto en la escuela del cuarto camino, como en la masonería operativa y los auténticos rosacruces; también indagan sobre el observador en el gnma-yoga y el advaita, como en el budismo ati-yoga, como en el dzogchen, etc. en definitiva todas las religiones o filosofías que apuntan a la gnosis de sí mismos, apelan al “recuerdo de sí mismo” como punto de partida para despertar la conciencia.



Quien se propone investigar sobre el observador desde la calma y la serenidad de la mente, descubrirá el espacio insondable del vacío y el silencio imperturbable de una conciencia lucida e incondicionada. Esta Conciencia si puede aportarnos luz en su silencio, en su vacío incondicional, pues no está sujeta ni limitada como hemos dicho por el cuerpo, ni los afectos ni la mente. Pero la cuestión es que allí, en ese espacio interior del observador vacío y silencioso, no hay nadie, ni hay nada y eso le aterra al ego existencialista. A nuestro ego a ese que tanto le gusta estar atento a lo observado, prefiere seguir identificado con los objetos de observación, prefiere seguir percibiéndose a sí mismo como cuerpo, como afectos, emociones, sentimientos, deseos, placeres de satisfacción e insatisfacción, prefiere el ego seguir identificado con todo el parloteo de su mente ordinaria, pues al ego le causa pánico dejar de existir en el estado vació del observador. El Ego no acepta el vacío del Cristo Intimo, el ego no acepta que en el vacío no exista nada, ni nadie; el ego quiere sentirse, percibirse como alguien o como algo, necesita el ego existir si o si, aunque sea a costa de nuestra profunda realidad del Ser. En definitiva, el ego no quiere “recordarse a sí mismo”, prefiere las distracciones de la vida ordinaria, con sus dramas, tragedias y comedias, antes que encontrar la verdad de dichas tragedias, dramas y comedias.


El ego no es capaz de observarse a sí mismo, ni de recordarse a sí mismo, el ego prefiere seguir atendiendo e identificado con su cuerpo, sus afectos y su mente, ahí si se siente vivo, aunque tenga que vivir con sus miedos, sus tragedias y comedias. Recordemos: “Auto‐observarse, auto‐conocerse, sin olvidarse de sí mismo, es terriblemente difícil, pero espantosamente urgente para lograr el despertar de la Conciencia”. Con la calma y la serenidad de la mente podemos indagar sobre el observador y sus cualidades. Cuando realmente nos recordamos a sí mismos y quien es entonces el verdadero observador, entonces vamos descubriendo que el observador es silencio, es vacío, es diáfano, transparente, cristalino, es puro porque esta in-condicionado, etc. entonces en la medida que sigamos ahondando en el observador y veamos que no tiene ego, que no hay yo, ni hay objetos ni propiedades, entonces descubriremos con claridad la condición del Ser. De ese modo nuestra conciencia no solo despertará también se iluminará en la propia naturaleza del Ser. 

Atentamente:

Rafael Pavía. 26/07/2017.

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