Observar al observador.
El conocimiento de sí mismo requiere aprender a observarse a sí mismo, por lo que se crea una dualidad entre lo observado y el observador. Esta dualidad puede traer confusión pues surge la apariencia de que nos dividimos en dos, una parte externa que es lo que observamos y una parte interna que es el observador, en la parte externa al observador incluimos nuestros pensamientos, emociones, deseos, recuerdos, imágenes, proyecciones mentales, etc. (Esta parte de nuestra actividad psíquica se encuentra entre el observador y nuestra mente sensual con sus sentidos corporales vista, oído, olfato, tacto y gusto).
Cuando nos observamos a sí mismo con la intención de conocernos, debemos inquirir hasta el final, para averiguar cuál es la naturaleza de nuestros pensamientos, deseos, emociones, etc. debemos investigar que sostiene a nuestro ego, a nuestro yo con todos sus movimientos y vaivenes, ¿cuál es su sustancia, su consistencia, su fuerza, coherencia, cohesión, y en que basa su estabilidad y permanencia etc.? esta investigación nos descubrirá la naturaleza propia de la mente. Ahora bien, todo este trabajo que en apariencia es muy complejo sobre todo si lo tomamos desde la perspectiva meramente racional, es solo una parte introductoria del sentido de la auto-observación.
El conocimiento de sí mismo deberá incluir necesariamente observar al mismo observador, es decir reconocer quien está observando, para ello debemos dedicarnos a una contemplación de sí mismos poniendo la atención sencillamente al observador, ello requiere del silencio. En la medida en que descubrimos al observador podremos comprender con mayor claridad y profundidad cual es nuestra propia naturaleza, de la que surgirá la propia auto-conciencia, permitiendo descubrir la naturaleza de la mente tanto en su estado pasivo-inexistente, como en su estado activo-existente. Aquel que es el observador ¿cómo se manifiesta? Eso debemos de descubrirlo por sí mismos.
Observar al observador requiere del silencio, siendo “el silencio la elocuencia de la sabiduría”. Al contemplar al propio observador ¿qué vemos? ¿qué descubrimos? ¿qué se puede percibir? ¿quién está ahí observando? Si realizamos este ejercicio de autoconciencia adecuadamente descubrimos la “nadidad”, “el desasimiento”, “el vacío”, lo inmanifestado o inactivo o inexistente. Se viene a descubrir entonces que el observador es no existente, un “ente” no reconocible, se descubre que no hay un ente concreto que se pueda identificar, por ello se encuentra el vacío. Realizar semejante descubrimiento equivale a despertar en nuestra realidad, proporcionándonos la inspiración e intuición necesarias para reconocer la naturaleza real de nuestra mente, descubriendo que todo viene del vacío, y que por tanto todo lo existente, toda forma en el fondo es vacía en su origen.
Para los que buscan realmente despertar e iluminarse, les es necesario realizar tal descubrimiento del observador. Pero si su búsqueda es simplemente racional, conceptual, se llevarán un gran desengaño, cayendo en el absurdo nihilismo, concluyendo que todo es vacuo e ilusorio. Siendo el único modo real de descubrir al observador en su plena naturaleza, compartir su manifestado “Amor”. Cuando entramos en silencio y quietud para poder observar al observador, descubrimos una frecuencia de vibración que nos lleva hacia la serenidad y paz, allí percibimos que la paz es una consecuencia del amor y que a mayor paz interior más nos acercamos al amor. Dicho amor nos permitirá congeniar lo inmanifestado y lo manifestado en conocimiento íntegro del Ser.
La ciencia del autoconocimiento o autognosis, no termina descubriendo al observador, a partir de ahí se produce el despertar de sí mismos, para seguir inquiriendo e investigando sobre las dos naturalezas la manifestada-activa y la inactiva-inmanifestado, de tal modo que se debe de llegar a la comprensión experimental de aquello que es el vacío o mundo espiritual y lo que es el mundo de la materia o mundo de las formas, más allá de cualquier dualismo.
Cuando se carece de la experiencia de haber descubierto al observador, todo se vuelve especulación, pensamientos, conceptos, teorías, etc. Ya cuando se ha experimentado la propia naturaleza del observador, se comprende sin dificultad lo vacuo, fútil, insignificante, e insustancial, de todos los pensamientos, conceptos, teorías y especulaciones; comprendiendo, por ende, que nuestro querido ego o yo es igualmente vacuo, fútil, insignificante, e insustancial y carente de verdadera realidad.
El despertar e iluminación nos descubre que todo en su origen surge del “Uno”, de la unidad no dual, el Uno todo lo contiene. Y en nuestro inquirir sobre sí mismos, debemos de descubrir a Uno, y desde allí o ahí se podrá descubrir toda su auténtica realidad y naturaleza.
Si al auto-observarte solo atiendes a lo observado, sin descubrir al observador todo tu trabajo caerá en una simple especulación, sin poder salir del sueño de la conciencia o la fantasía o engaño sobre sí mismo.
Atentamente:
Rafael Pavía. 07/05/2017.
Bien,inmaterial,difícil de entender ,si acaso visualizar
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