Trascendencia espiritual
Estudiar todas las religiones desde diferentes perspectivas: filosófica, mitológica, psicológica, antropológica, teológica, histórica, científica, etc. haciendo un uso de nuestra razón, resulta una tarea gigantesca. A tal estudio deberíamos incluir los diferentes niveles en que la religión es mostrada al público, pues, no es el mismo conocimiento el que tiene el lego, que el que tiene el maestro o el guía espiritual. Y entre los propios maestros o guías habrán niveles y niveles. La razón y su lógica formal, procura desde diferentes perspectivas encontrar el sentido, el porqué, la necesidad, el objetivo que buscan las personas en sus religiones; siendo que no todos buscan los mismos objetivos en sus anhelos religiosos. Unos se acomodan sencillamente en un ámbito social, grupal, donde sentirse integrados, por una necesidad sociológica, psicológica, pues necesitan un apoyo o sostén externo que les transmita confianza. Otros sin embargo buscaran con un ahínco desesperado una verdad que les ilumine, una verdad que les llene sus vidas y que le dé sentido a su razón de ser y existir.
Se deben de afrontar todos los puntos de vista en el estudio de las religiones, aspectos que conciernen a lo propio de lo religioso, como es la conversión y sus diferentes niveles, pongamos el ejemplo de la conversión de Pablo de Tarso o de San Agustín, es obvio que no todas las conversiones tienen el mismo efecto, motivación y resultado. Para algunos la conversión es solo un ritual que le permitirá pertenecer a un colectivo, con el que se siente a gusto y confiado, para otros como los casos citados, la conversión es un cambio radical en sus vidas que les llevara a una transformación plena. Otras cuestiones propias de la religión o vinculadas a ella son los milagros, la magia, las prácticas de oración, meditación, los rituales, los sacramentos, la moral, la ética, etc. Preguntamos ahora ¿Cuál sería el punto de vista o perspectiva acertado, para dar con el sentido u objetivo de la religión? Lo psicológico, lo antropológico, lo filosófico, lo mitológico, etc. Lo cierto es que estudiar o investigar la religión desde una perspectiva externa, sin que exista implicación propia, resulta estúpido, como resultaría estúpido, estudiar el océano, sin entrar en el mar, en sus aguas, ni sumergirse en sus fondos.
La religión y su trascendencia atañe a lo íntimo de uno mismo, es un viaje y una exploración de todo nuestro ser, que nos llevara de la oscuridad a la luz, de la ignorancia a la sabiduría, de lo profano a lo sagrado, de la inconciencia a la supraconciencia. Y si, abarcara todas las perspectivas humanas, lo ontológico no llevara de regreso a nuestro origen, convirtiéndose este viaje o exploración en la mayor aventura que el hombre puede emprender. Ni bosques, ni selva, ni valles, ni montañas, ni desiertos, nos proporcionaran una aventura semejante a la trascendencia espiritual. Al sumergirnos en nuestro ser, hallaremos un espacio sin límites, sin fondo, ilimitado, donde hallaremos toda la riqueza del universo, tal riqueza ya la hayamos con nuestros ojos y sentidos externos, y si tal percepción sintoniza de alma a alma, de una conciencia individual a una conciencia cósmica, podremos llegar a reconocer la trascendencia espiritual, en una totalidad incluyente, en la unidad del todo. Esto es como alcanzar la cima de la montaña, pero a escala universal, macro cósmica, es alcanzar el mismo cielo …
La trascendencia espiritual nos sitúa en el lugar y momento correcto; y la búsqueda de luz no parte de la ignorancia, sino de la propia luz, de la propia conciencia iluminada, lo que nos permite navegar y bucear entre los infinitos misterios, desde la actitud adecuada. Es por ello imprescindible anclarse en este viaje, en el reconocimiento de aquel que busca, es decir descubrir quien viaja y cuáles son sus medios de transporte. El propulsor, el viento o soplo que nos debe mover, es el amor. Si no fuera así podríamos ir a la deriva, perdernos yendo en una dirección que excluya otras direcciones, en cambio propulsados por el amor abarcaremos los cuatro puntos cardinales, todas las direcciones, sin exclusiones y sin perder el centro.
La dimensión del Ser es tal, que supera toda limitación y obstáculo, por lo que superara nuestro limitado yo, nuestro limitado conocimiento, nuestra limitada psiquis, nuestra limitada entidad. Asumir que somos un ilimitado espacio, no puede ser asimilado ni por el temor ni por la arrogancia, pues el temor no regresara a nuestra limitada ignorancia, donde nos sentiremos seguros contradictoriamente con nuestros propios miedos; mientras que la arrogancia es un sentir de identidad propio y toda propiedad nos condiciona y nos enmarca en los límites de nuestra ignorancia, es decir la arrogancia es producto de nuestra ignorancia. El ser sabe que su condición es ilimitada y por tanto su saber es una continua e inexplorada experiencia, por ello siempre es abierto, incluyente, trascendente ya que nada lo sujeta salvo el amor. La trascendencia espiritual trasciende todas nuestras limitaciones y condicionamientos, temores, orgullos o identidades de o con propiedad, pues la naturaleza del ser es universal, incondicional, ¿quizás no estés preparado para semejante aventura? Quizás prefieras aun sujetarte a tus miedos, pero son tus seguros y conocidos miedos; somos como un pájaro acostumbrados a su segura jaula. Lamentablemente dentro de la jaula no podemos apreciar “la vida libre en su movimiento”.
La vida camina libremente, depende de nosotros que sintonicemos o no con la vida, depende de nosotros que nos quedemos estancados en una etapa del camino, depende de nosotros el percibir el ritmo perenne de la vida, depende de nosotros que viajemos juntos, unidos, a la par que el espíritu con su inabarcable dimensión, una dimensión libre como la propia vida. El sol es el centro del nuestro sistema, e irradia luz en todas direcciones y los planetas viajan junto con él, su perspectiva del espacio es muy amplio al nuestro ¿hacia qué dirección nos lleva? Quizás pensemos que, hacia una dirección determinada, ya sea hacia arriba, hacia abajo, hacia el centro o la periferia, pues nuestra tendencia siempre es unidireccional; resulta difícil para nosotros identificar lo omniabarcante.
Donde terminan tus limitaciones empieza la trascendencia espiritual. Nuestros límites, están sujetos a nuestra carencia de luz, con la trascendencia espiritual se inicia un nuevo viaje donde el amor y la luz serán constantes. Mientras tanto lleguemos a alcanzar la trascendencia espiritual, el gran riesgo será nuestro yo, nuestra autolimitación.
El ser absoluto: Nos da amor, nos da libertad, nos da luz, nos da plenitud, nos lo da todo. Nosotros restringimos el amor, la libertad, la luz, nos sentimos vacíos y nos identificamos con nuestro yo. Sin embargo, el Ser sigue dando amor, libertad, luz, plenitud. Entonces porque nos seguimos identificando con nuestras limitaciones y nuestro yo. Somos como un pájaro temeroso dentro de su jaula, aunque ahora quizás entendamos que la jaula esta siempre con la puerta abierta.
Rafael Pavía.
7/7/2016.
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